¿Magdalena de Cao? ¿Dónde queda? ¿Por Chocope? ¿Camino al Brujo? ¿Qué hay allí?... Bueno vamos.
Mi recorrido sigue el de la artesanía. Esta vez visité precisamente allí, a una hora de Trujillo, un taller de tallado en madera, camino obligado para visitar el Complejo Arqueológico El Brujo. Ocho artesanos unidos para vender sus productos, tallan cofres, bases de lámparas, candelabros, marcos para espejos, personajes moche y animales. Ellos dominan el acabado envejecido que caracteriza sus trabajos.
Buscando formas y figuras, encontré olvidados -en una esquina, entre virutas de aserrín y herramientas en desuso- un grupo de caballitos de madera que nadie miraba o tomaba en cuenta. Encantada con sus líneas sin terminar, retuve entre los dedos su tosquedad, imaginando la variación de sus contornos. La aspereza de su superficie invitaba a no soltarlos nunca más.
Y es que cada vez menos gente compra juguetes de madera; los niños ya no los quieren y nosotros no dejamos que los vean. El contacto con lo natural quedó olvidado en el aserrín de nuestro paso. A pesar de todo, dejé los caballitos donde estaban y seguí fotografiando los productos estrella del taller. Nadie nombró a los caballitos terminados, mucho menos a los que están en proceso. Nadie sabe muy bien por qué los hacen y para quién. Vinieron más lámparas, más candelabros y más cofres, pero yo sentía que entre todas las cosas en desuso los caballitos me miraban desde el olvido.
Mi recorrido sigue el de la artesanía. Esta vez visité precisamente allí, a una hora de Trujillo, un taller de tallado en madera, camino obligado para visitar el Complejo Arqueológico El Brujo. Ocho artesanos unidos para vender sus productos, tallan cofres, bases de lámparas, candelabros, marcos para espejos, personajes moche y animales. Ellos dominan el acabado envejecido que caracteriza sus trabajos.
Buscando formas y figuras, encontré olvidados -en una esquina, entre virutas de aserrín y herramientas en desuso- un grupo de caballitos de madera que nadie miraba o tomaba en cuenta. Encantada con sus líneas sin terminar, retuve entre los dedos su tosquedad, imaginando la variación de sus contornos. La aspereza de su superficie invitaba a no soltarlos nunca más.
Y es que cada vez menos gente compra juguetes de madera; los niños ya no los quieren y nosotros no dejamos que los vean. El contacto con lo natural quedó olvidado en el aserrín de nuestro paso. A pesar de todo, dejé los caballitos donde estaban y seguí fotografiando los productos estrella del taller. Nadie nombró a los caballitos terminados, mucho menos a los que están en proceso. Nadie sabe muy bien por qué los hacen y para quién. Vinieron más lámparas, más candelabros y más cofres, pero yo sentía que entre todas las cosas en desuso los caballitos me miraban desde el olvido.
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