5.6.11

Sol y Luna

Dos amantes furtivos

escapan de la noche hacia el día,

sus huellas quedan atrás,

su amor sigue adelante.

Se amaron hasta sangrar sobre el cielo,

se amaron hasta volar con las estrellas,

se amaron y se amarán por siempre

en cada corazón que espera.

Se amaron y se amarán por siempre

más allá del eclipse que anhelan.

29.5.11

Guía de corazones

“Soy Teodolinda, pero pueden decirme Teo”, dijo nuestra guía.

Esa mañana, dos horas antes, habíamos llegado a Chachapoyas e iniciamos el recorrido hacia Gocta. Teo analizó a cada aventurero, preguntó procedencia, problemas de salud, alergias, todo lo necesario para elaborar un breve perfil del grupo. Muy orgullosa nos enseñó su radio, como quien transmite seguridad en caso de accidente o contratiempo, y ofreció llevar caballos para quienes dudaran de resistir seis horas de camino, subiendo y bajando, bajando y subiendo.

El poblado se veía cercano, dudábamos que fueran seis horas en total. Yo era la tercera en la fila. Mirando a todos lados, olvidaba mirar dónde ponía los pies y tropecé dos veces. Teo se acercaba a cada uno para cerciorarse que iniciábamos bien el camino. El verla avanzar con firmeza me incitó a preguntar cómo llegó a guía. Teo retrocedió en el tiempo, tenía 48 años y tocaron su puerta para preguntarle si quería ser guía.

Como parte de un proyecto que formaba lugareños como guías para el turismo de Chachapoyas , fueron convocadas muchas mujeres hasta cumplir un porcentaje de inscritas, pero nadie se animaba. Puerta a puerta la respuesta era negativa, hasta que Teo dijo “sí”; fue la primera, y pensar que fue para apoyar al joven que no tenía a nadie en su lista. Con muchas dudas llegó a las capacitaciones, aprendió lo básico de la ruta y sus secretos, y se entrenó tanto cuanto pudo para emprender su primer trabajo fuera de casa.

El primer grupo no tardó en llegar, tenía todo organizado, recordaba las miles de recomendaciones, los problemas y soluciones posibles, todo entraba en su mochila y en su mente; pero, Teo no contó con que cada visitante era diferente, complejo y simple a la vez. Fueron siete personas, cuatro hombres y tres mujeres, todos adultos, sabían que tenían un recorrido no muy sencillo, pero se quejaron de todo, le increparon a Teo el por qué no les advirtió antes de ir, de por qué no los ayudaba, y tantas cosas más, se quejaron con el supervisor y Teo pensó que todo había terminado. Sólo quería volver a casa y ocuparse de su familia, olvidarse de ser guía. “No es mi tiempo ya” se repetía. Sin embargo, su supervisor le dijo “es ahora que estás lista, si pudiste completar el guiado con personas tan difíciles, sin accidentes, lo puedes todo. Nos vemos mañana”… y Teo volvió.

Ya pasaron cinco años, dice, y se ríe de las historias que recuerda. Me cuenta del canto de las aves que no podemos ver, y yo muero por fotografiarlas. Su esposo los graba, me cuenta, perdido entre el verde follaje y el coro de la catarata de fondo. Le pregunté si los vendían en discos, ella sonríe y me dice “sólo no quiere olvidarlos, ni que yo los olvide”.

Mientras me agachaba a recoger una piedra fosilizada, ella fue a ver a la cuarta caminante. Aquel día, me sentí tan libremente unida al lugar, que el ver y oír cada detalle me sugería una historia distinta, entretejida con miles más de ellas, todas vivas, columpiándose en alas del viento. De seguro, para los ojos de otros caminantes, mis huellas se borrarían, pero Teo y yo sabemos que nunca dejaré de ser parte del lugar.

24.5.11

Pañuelos al aire

Puedo escuchar mil y una veces la misma marinera, pero inevitablemente mis pies iniciarán un remolino imaginario que viene del corazón y del espíritu.

Hoy estuve en una entrega de obras urbanas, con cierre de marinera. Tres parejas, tres generaciones, tres campeones, tres expresiones distintas bajo un mismo tema.

Pañuelos al aire, sonrisas al viento con picardía, hidalguía y coquetería sobre el estrado; la gente intentaba capturar toda la magia en sus cámaras. Mi imaginación volaba y mis clases de marinera de sólo un mes volvieron a mí. ¿Por qué las dejé? Demasiados pretextos, pero fueron días muy divertidos. Será inevitable que aprenda a bailarla, además es un “talento” peruano. En muchos encuentros preguntan ¿sabes algún baile típico?... y la respuesta se repite: No.

La marinera puede significar el resultado de un mestizaje que aún no termina, cada pareja agrega su cuota, le pertenece a todos y a nadie. Por eso, cuando las notas suenan, en su gira y gira galante, nace algo más que un amor de pareja, es nuestro Perú que brilla y cobija a todo aquel que se detiene a apreciarlo.

22.5.11

La nave naranja

La primera vez que nos vimos, su mirada curiosa destacaba de entre el conjunto de su grupo. Sonrosada, casi anaranjada levantaba su testa, mientras su boca parecía esbozar una gran sonrisa. Supe entonces que nacimos para ser inseparables.

Sé que a veces soy cabezotas, olvido cosas o llevo otras, y ella era un tanto ríspida, pero siempre era flexible, multifacética y servicial, no había nada que no pudiera llevar en mi nombre, aunque no fuera su función. Por mi parte, creo haber correspondido a su complaciente compañía. Fue conmigo lo mismo que al mar que a las montañas. Juntas hemos soportado las inclemencias del clima, pero también hemos gozado bajo la sombra de un espino durante una plácida siesta.

Nadie estuvo más cerca de mis sueños que ella, sabe de mis ideas, de mis miedos, de mis deseos inconfesados, de mis quimeras y de mis llantos. Cada vez que descansaba en mi regazo, sobre mi pecho, silenciosa e incondicionales mis manos dibujaban el entorno de su copa. Claro que a ella nunca le gustó que juegue con sus cintas o con la flor que acompañaba su gracia y que accidentalmente rompí una mañana. Pero, hoy la he perdido.

Fue algo así como el planeta secreto de mi camino, yo la llamaba "mi nave naranja" y sé que en algún lugar del camino me espera. Tantas veces bajo su ala hemos volado al horizonte con su imaginación o con mis pasos, pensé que ni el viento ni el tiempo podría separarnos. Sin ella, sin su complicidad, ni el mundo, ni mi mundo se ven del mismo modo.

Debo ahora soportar las inclemencias del sol y de la lluvia sin su protección. Sé que puede sonar exagerado personalizar de este modo a un sombrero, pero ella, no era un simple sombrero, era mi nave amiga, mi fiel compañera. Ahora, buscaré uno nuevo, será aquello que necesito pero siempre le diré ¡Te sigo extrañando!.

21.5.11

La esfinge y el mar


El viento no dejaba de desordenar mi cabello, era domingo pero tampoco importaba. Un suspiro, tal vez dos, el tiempo pasaba igual que el mar con cada ola. Los pelícanos ensayaban coreografías familiares, sin ningún desafío, para un día tranquilo. Las pardelitas corrían tan rápido que parecía que habían olvidado que tenían alas. El paisaje sereno de una mañana de otoño, sin visitantes, me mimetizaba con la arena.

Alistaba lentamente mi bolso para ya regresar a casa, cuando noté que tenía compañía, no sé cuánto tiempo estuvo a mi costado, pero su presencia era como la brisa misma. Me senté un poco hacia atrás para observarlo mejor, él no se movía, ni dejaba de mirar al mar. Me pregunté qué tanto podría pensar sin siquiera pestañear; hasta que volteó y se sentó mirando hacia mí. Tenía el pelo muy negro, con algunos mechones blancos, los ojos tristes del dulce color del toffee. Era simplemente un perro vagabundo.

Nos miramos como si intentáramos reconocernos; en su mirada intentó decirme algo, que no logré sintonizar; empecé a llamarlo de mil modos, y sólo logré que moviera la cola. Por unos segundos, pude sentir su tristeza pero no su abandono; verlo tan dueño de sí mismo me recordaba que él era libre y yo no era necesaria porque estaba de paso.

Desconfiado, con su lento caminar, se acercó más, pero siguió mirando al mar. ¿Acaso un perro puede advertir la belleza, la paz, la inmensidad, el misterio? El perro negro dejó su postura de esfinge y corrió. Lo vi saltar y jugar como un niño, en cada salto él y la playa se hacían uno.

Volví a casa y recordé que las mejores fotos son las que se quedan en la memoria del alma. Esta es una de ellas.