30.8.06

My little beetle

Clásico, compacto y lindo, así podía definir al "naranjita", mi viejo beetle, al que llamamos así por su radiante y huachafoso color, que luego cambiamos, cuando cambiaron los tiempos, a un gris dizque sobrio pero frío e impersonal. Han sido tantas las historias marcadas de modo invisible en las ruedas de su kilometraje que se nos hace casi imposible dejarlo en el olvido, pese a que las consultas médico-mecánicas numerosas veces lo desahuciaran, golpeando nuestras más íntimas esperanzas y disponibilidades económicas.
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Es imposible renunciar a verlo cortando el viento en la carretera como antaño..., como hace aún ahora cuando está de buena guisa y quiere darlo todo consumiendo en la pelea hasta la última gota de aceite. El “naranjita” es mucho más que unos engranajes alemanes de buena sepa. El "naranjita" es más que un clásico, es el amigo silencioso de heroicas batallas, el cómplice sufrido que me espera en el volante y en la memoria.

20.8.06

Caramelos de limón

Un caramelo en manos de un niño no es señal de alegría cuando se tienen seis años y de eso depende la comida del día.

Luz roja : el semáforo no se detiene por ella ni siquiera un instante. No hay nadie haciendo piruetas. En medio del ruido de los motores, una pequeñita gris juega con un desvencijado plástico negro a manera de cometa dentro del círculo inerte del cemento. Ausente, sale de su burbuja un momento para mostrarnos, sin palabras, inexpresiva, sus caramelos de limón.

Luz ámbar : su pequeño ceño fruncido no cambia ni con la venta. Ha vuelto a su burbuja y siguió jugando sin mirar nada más que sus pies sobre el concreto.

Luz verde : la niña ha quedado atrás, jugando en silencio, en medio del smog. He guardado la cámara, pero el caramelo ha perdido toda dulzura con su niñez.

2.8.06

Entre el azul, el verde y el rojo


Había olvidado cómo eran los colores del campo, sobretodo en la sierra misma, mis miedos al soroche me rondaban cada vez que recordaba mis viajes de infancia en compañía de mis padres por eso dejé de cruzar la franja costera, pero "chamba es chamba". Esta vez viajé sola, con mi videocámara a cuestas, una pequeña cámara fotográfica y muchos accesorios.

Los proyectos de Desarrollo para las ONG´s necesitan un registro gráfico y fílmico para luego procesarlos y tener productos sistematizados que expresen los avances y el impacto de las actividades realizadas, esto es lo que hago. Para salir del ámbito de La Libertad, me enviaron a Cajamarca, el lugar donde los Incas se iban de "vacaciones" y no es para menos con lo bonita que es, no la recordaba así de bella, sobretodo en los alrededores.
- Dia 1 -
Según mi cronograma me recogerían a las 6am para dirigirnos hacia los alrededores de Cajabamba... una vez en la camioneta con mi equipo de trabajo enrumbamos hacia los criadores de cuyes, el paisaje bellísimo, la tierra matizada por varios tonos de rojos y sus verdes sembríos, después de ver miles de cuyes, comí cuycito con una sazón lugareña espléndida... llegué muerta a Cajamarca zzzzz
- Día 2 -
Esta vez la salida era a las 7am, el frio seco de la mañana se confundía con los rayos de sol, hoy tocaba visitar Magdalena, pueblo caracterizado por su producción de mango y uva. Este día sí que comí uvas, lo curioso de este lugar es que los agricultores tenían un pasado común y es que todos habían trabajado en una casa hacienda, que después de la Reforma Agraria la expropiaron; en la actualidad, ellos han formado una red donde los integra y encuentra también con aquellos que antes eran sus "patrones". Después de subidas, bajadas y caminatas cortas pero rápidas que me dejaban sin aliento, volvimos a la ciudad y llegamos hasta el mirador para admirar la ciudad cuando cae la tarde mientras unos niños jugan con sus cometas que se pierden en ese cielo de azul tan bello.

1.8.06

El viejo y el mar


Hace tres o cuatro años realicé esta entrevista junto a Valerito, fue una tarea de RedacciónI, ...hoy escuché en la radio que mi entrevistado tomó su caballito de totora y navegó hacia el cielo.


EL VIEJO Y EL MAR

El astro rey nace y muere diariamente como las milenarias faenas de los huanchaqueros, que a bordo de sus fastuosos “caballitos” surcan el mar movidos por el más íntimo placer de la vida, pescar en absoluta libertad sobre el lomo poderoso del mar.

Actualmente, es menor el número de estos héroes, y sus maestros más ancianos ya no están con nosotros. En un paseo por Huanchaco, cuna de pescadores, encontramos erguido a Don Mercedes José Díaz Arroyo, uno de los pocos guardianes de las antiguas tradiciones recibidas de los abuelos inmemoriales.

Nacido para el mar
Con mirada alegre y expresión de niño, don Meche, como suelen llamarlo, nos observa atentamente e indaga con curiosidad nuestra procedencia. Ha vivido en Huanchaco desde que nació, un 24 de setiembre se 1913 -justo cuando apuntaba la primavera. De ahí no más se recuerda a sí mismo corriendo por la arena con su pequeño caballito, listo para explorar el océano navegando sobre las diminutas olas que los recibían: “desde que uno nacía se dedicaba a la pesca, antes nos había colegio” –asegura, apoyando la cabeza sobre las manos que entrelaza sobre la mesa. Toda una vida dedicada a la pesca, 55 años, de niño aprendió a tejer las pequeñas naves y las redes y chinchorros; se inició como pescador a los 16, “yo pescaba en balsilla primero, dos años pasaron y pude navegar en caballito de totora, más grande que el que usaba de niño, hecho por mis manos” –recuerda, mientras frota las manos y juega con los dedos.

Don Mercedes denota un profundo respeto por el contraste entre la prodigalidad del mar y su braveza, lo que le ha permitido desarrollar a su lado en fuerza y personalidad, “al mar hay que respetarlo y así serás su amigo. En invierno es malo y en verano se pone como una laguna y está tranquilo” –puntualiza, mientras ve pasar a su nieta y la tranquilidad y el silencio de aquel lugar que nos acoge se distrae con la llegada de comensales al restaurante del que es dueño su hijo.

La más grande diversión de la vida
Una tarde en Huanchaco, para sus antiguos habitantes, era más que un bello morir del sol en medio del encendido infierno del celaje, para ellos la tarde era sinónimo de felicidad, pues era la hora de regresar a casa trayendo los frutos marinos recogidos durante el día, listos para ser llevados al mercado y/o para ser compartidos en el cumpleaños de algún compañero de mar. Los momentos más felices estaban relacionados totalmente con el oficio, “sí, la pesca era también mi diversión, llevar los pescados aún pataleando al mercado de Trujillo era una alegría, en cambio ahora el pescado llega congelado, ya ni sangre tiene” –añade, mientras se rasca la cabeza que mueve en negativa-, “como los chicos de ahora, pues, que están dejando morir las tradiciones.

Según nos cuenta don Meche, ellos no tenían ningún ritual de pesca, dejaban la pesca a voluntad de Dios, “levantábamos las manos al cielo para encomendarnos, Dios nos veía y nos echaba la bendición, la buena y la mala suerte no eran cosas de preocupación, nosotros sólo buscábamos navegar y encontrar”.

Instantes náufragos
Si bien el más grande placer era pescar, cuando no habían muchos peces la vida no estaba completa. Con la llegada de los buques foráneos la pesca se tornó no sólo más difícil sino también más peligrosa, don Meche recuerda mirando el vacío como si se trasladara en el tiempo y viviera en la memoria aquellos momentos tan duros, “los momento más tristes llegaron con los buques y vapores extranjeros que el gobierno dejó entrar en nuestro mar, porque por las noches no respetaban el límite de las 200 millas reservadas para nosotros, al no encontrar peces en su zona entraban aquí y sucedieron muchos ‘accidentes’ al ser deliberadamente embestidos por esas embarcaciones grandes”, nos cuenta mientras orienta la mirada hacia sus manos. Estos momentos de zozobra provocada se mantienen vivos en el recuerdo de don Meche, quien salvó de ser arrollado por una de estas embarcaciones, gracias a que su remo, hecho de caña de guayaquil, chocó contra la gran nave pudiendo tomar pique para alejarse; “en la noche era más peligroso caerte porque no te veían y la gente de los barcos grandes nunca te escuchaban, sólo debíamos tener coraje para rescatar a nuestros compañeros, he visto morir a algunos de ellos” –afirma, en tanto nos mira fijamente como quien espera que digamos algo.

No sólo los momentos de pesca trajeron vivencias amargas en la vida de don Mercedes, sino que la muerte también rondó en su familia. Casado a los 25 años, tuvo primero cinco hijos, a quienes perdió por falta de médicos, “tuve tres hijas mujeres y dos hijos hombres pero murieron, antes no habían tanto médico como ahora. Al regresar de altamar, después de un mes, me daban la noticia que alguno de mis hijos había fallecido”, nos relata mientras frunce el seño y junta las manos. Ahora don Meche tiene seis hijos nomás, dos varones y cuatro mujeres, adornado con catorce nietos.

Mitos, tradiciones y Huanchaco
La vida en este lugar solía ser mística, no sólo por las tradiciones que los abuelos contaban a los niños sino por la manera de vivir de estos pobladores. Huanchaco ha cambiado enormemente desde los inicios del siglo veinte hasta la actualidad, el crecimiento urbano, industrial, artesanal ha marcado firmemente en don Mercedes quien recuerda con mucho cariño a don Víctor Larco porque según nos dice él construyó el muelle lo cual facilitó su trabajo y permitió que el azúcar pueda ser llevado en “grandes barcos”, “con la creación de dos vagones las gentes iban a otros lugares así como otras gentes venían para vivir aquí pero no les iba muy bien en la pesca porque no sabían nada de esto”, asegura sonriendo.

Las tradiciones siempre eran contadas por los abuelos y en algunos ocasiones por los padres, “siempre recuerdo el aluvión del 25, fue terrible, terrible, el agua inundó casi todas las casas del centro viejo hasta por lo que ahora es el Tablazo, según mis abuelos era un castigo de Dios”. Las tradiciones religiosas cobran su encanto con la llegada de la Virgen del Socorro, quien arribó a Huanchaco en una caja que desembarcó un barquito de vela, “en ese tiempo los pescadores eran llamados ‘los Quirihuac’, éstos vieron a un hombre blanco que les dijo que ayudaran a bajar las cajas”, este hombre era Dean Saavedra, “el padre que andaba de rodillas” que insistía en que la Virgen quería que le construyan un Iglesia en la Loma pero la gente incrédula la dejaba en la Capilla del Pueblo, mas la Virgen en varias ocasiones volvía a aparecer en la Loma hasta que se erigió la Iglesia y la Virgen hasta el día el día de hoy se encuentra con su niño en brazos, tal cual llegó.

Con el aroma a un fresco pescado frito y el recuerdo de don Meche de verse en la mar con sus amigos compartiendo un cebiche o un pescado bien frito durante el momento de descanso nos despedimos de aquel dulce anciano que tiene el mar en las venas y la alegría de aquel que vive sin preocupaciones y que ve en el mar al amigo, al hermano, y al padre.