La primera vez que nos vimos, su mirada curiosa destacaba de entre el conjunto de su grupo. Sonrosada, casi anaranjada levantaba su testa, mientras su boca parecía esbozar una gran sonrisa. Supe entonces que nacimos para ser inseparables.
Sé que a veces soy cabezotas, olvido cosas o llevo otras, y ella era un tanto ríspida, pero siempre era flexible, multifacética y servicial, no había nada que no pudiera llevar en mi nombre, aunque no fuera su función. Por mi parte, creo haber correspondido a su complaciente compañía. Fue conmigo lo mismo que al mar que a las montañas. Juntas hemos soportado las inclemencias del clima, pero también hemos gozado bajo la sombra de un espino durante una plácida siesta.
Nadie estuvo más cerca de mis sueños que ella, sabe de mis ideas, de mis miedos, de mis deseos inconfesados, de mis quimeras y de mis llantos. Cada vez que descansaba en mi regazo, sobre mi pecho, silenciosa e incondicionales mis manos dibujaban el entorno de su copa. Claro que a ella nunca le gustó que juegue con sus cintas o con la flor que acompañaba su gracia y que accidentalmente rompí una mañana. Pero, hoy la he perdido.
Fue algo así como el planeta secreto de mi camino, yo la llamaba "mi nave naranja" y sé que en algún lugar del camino me espera. Tantas veces bajo su ala hemos volado al horizonte con su imaginación o con mis pasos, pensé que ni el viento ni el tiempo podría separarnos. Sin ella, sin su complicidad, ni el mundo, ni mi mundo se ven del mismo modo.
Debo ahora soportar las inclemencias del sol y de la lluvia sin su protección. Sé que puede sonar exagerado personalizar de este modo a un sombrero, pero ella, no era un simple sombrero, era mi nave amiga, mi fiel compañera. Ahora, buscaré uno nuevo, será aquello que necesito pero siempre le diré ¡Te sigo extrañando!.